Channel Avatar

Ricardo BECERRIL AMAYA @UCN7cuXp7draMSyuoWyny5lQ@youtube.com

3.5K subscribers - no pronouns :c

More from this channel (soon)


Welcoem to posts!!

in the future - u will be able to do some more stuff here,,,!! like pat catgirl- i mean um yeah... for now u can only see others's posts :c

Ricardo BECERRIL AMAYA
Posted 3 years ago

Bob Dylan Premio Nobel de Literatura. -Levanta una ola de controversias.
¿Las letras de las canciones tienen vida propia como poesía, como literatura?
Artículo en JotDown en el que Emilio De Gorgot hace una apasionada y muy inteligente defensa del reconocimiento a Dylan como poeta.
“Si la letra no es estrictamente música, si no la podemos juzgar como música más allá de su aspecto rítmico, ¿bajo qué criterios deberíamos juzgarla? Es un texto que viene con música, pero que tiene un formato verbal, un mensaje que puede ser despojado de sonido e impreso en un papel, para ser leído y analizado según sus virtudes o defectos literarios, con independencia de los elementos musicales que lo acompañaban antes… ¿Qué es lo que impide, pues, que las letras de canciones reciban el mismo tratamiento? Máxime cuando hay obras del canon literario universal que fueron compuestas como canciones, que fueron escritas para ser cantadas, aunque las melodías no nos hayan llegado; nadie les niega la condición de obras literarias de pleno derecho. Da la impresión de que una canción debe haber perdido su música en la memoria de los tiempos para que se la llame literatura. De que un texto teatral es bienvenido en el ámbito literario pero la letra de una canción no, por una especie de prejuicio gremial. Si la escenografía no se considera necesaria a la hora de juzgar —literariamente— un texto de Shakespeare, ¿por qué la música de una canción sí? Casi se percibe resquemor hacia un «intrusismo» que quizá lo es desde el punto de vista industrial y sectorial, pero no necesariamente desde un punto de vista creativo”.

0 - 0

Ricardo BECERRIL AMAYA
Posted 4 years ago

RODABA EL SOL DETRAS DEL HORIZONTE, DEJANDO una línea de fuego violeta en los confines del desierto; remolinos de viento levantaban polvorientas espirales en las llanuras; nacía Venus cintilante en una esquina sombría del cielo. Y el vaquero Juan, al paso cansino de su caballo exhausto, venía tocando un rit­mo melancólico en las cuerdas tensas de la guitarra.
Ese día había venido de muy lejos para contar sus coyotes. Predadores del ganado menor, que acechaban con sus ojitos de fós­foro; fantasmas del sueño, que mecían con su ulular selénico, los coyotes eran los enemigos naturales de Juan vaquero. Y éste, ca­zándolos con trampa y rifle, los sacrificaba para ejemplo de los de­más. El más grande, el más viejo, el Coyote 13, se le escapaba siempre, taimado, receloso, retador. Noche a noche, oculto en algún yerbazal reseco, en algu­na hondonada salina, en cualquier punto de aquella coordenada mineral, le aullaba a la luna. Le pidió a Dios o al diablo Juan vaquero que le diera el Coyo­te 13, y metiendo la última bala en la cámara de su rifle, empezó a alejarse de aquel signo maloliente. Atrás, tremolando al viento, quedaban los coyotes; sus contornos pelirrojos traslucían las luces últimas del ocaso. Pero su imagen, clavada en la memoria del va­quero Juan, persistía indeleble como recuerdo de solitario. Imagi­naba al Coyote 13 en cruz, sangrante, humillada la cabeza, vencido.

0 - 0