@Left-exact-Yoyontzin

1 month ago

La reacción cultural frente a este impulso no es, ni puede ser, independiente de nuestras necesidades como especie ni de los procesos de adaptación que hemos desarrollado durante millones de años. La cultura no flota en el vacío; es la cristalización histórica de conductas biológicas que nos han permitido sobrevivir y llegar hasta aquí. Pretender desligar una construcción cultural de la base evolutiva que la sostiene es como querer separar el lenguaje de la capacidad neurológica que lo hace posible.

Por eso, cuando hablamos del rol de “proveedor”, no estamos ante una simple imposición cultural arbitraria, sino ante la traducción histórica de un patrón conductual que ha demostrado ser funcional para la supervivencia colectiva. La cultura lo interpreta, lo regula, lo matiza; pero su origen está inscrito en la propia dinámica de nuestra especie.

En consecuencia, la verdadera discusión no debe situarse en negar o suprimir esa raíz biológica, sino en cuestionar el sistema actual que, en lugar de armonizar con esa naturaleza, la deforma o la convierte en un peso desigual.
La pregunta “¿cuántos hombres tienen realmente para proveer?” no debería interpretarse como si la dificultad actual proviniera de una imposición cultural arbitraria. El problema es más profundo y radica en la ideología económica dominante. El sistema en el que vivimos nos exige adaptar nuestras conductas a las lógicas del consumo, de la oferta y la demanda, sustituyendo así comportamientos que durante millones de años demostraron ser útiles y eficientes para la supervivencia de nuestra especie.

Lo que está en juego no es, por tanto, la legitimidad del impulso de proveer —que responde a un patrón evolutivo natural—, sino la tensión entre esa raíz biológica y un modelo económico que redefine el valor de los roles humanos en función de criterios mercantiles. La frustración contemporánea surge porque el sistema pretende que renunciemos a aquello que nuestra especie ha consolidado como estrategia de éxito, reemplazándolo por un esquema artificial y volátil de competitividad y consumo.

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