Perdonar a otro puede, en muchos casos, entrañar un movimiento narcicista debido a que me pongo psicológicamente por encima de él como diciendo "ya que tengo superioridad en ser bueno e inteligente yo te concedo el perdón a ti, pobre creatura equivocada y vil". Es por ello que muchos actos de perdón no tranquilizan a quien lo concede pues siempre algo en nosotros nos recordará que también hay vileza y equívoco en nuestro interior y que, por lo tanto, el acto ha resultado ser un paso en falso, un efecto de la máscara (la Persona). Mejor que perdonar sería comprender, es decir, implicarse en la situación, preguntarse de qué manera participamos ambos de un estado de cosas que no es fácil y que implica nuestra humanidad común. En vez de esconder el elemento narcicista del perdón, podríamos hacerlo consciente, tal como lo muestra el fragmento de la película Persépolis (Francia, 2007) que nos ofrece la página "Cultura Colectiva". Aquí se nos aclara algo fundamental: perdonamos mejor cuando sabemos que lo hacemos para no envilecer nuestra alma con el rencor, perdonamos por nosotros (y si al otro le sirve el perdón magnífico). Y el video sugiere algo más: es importante abandonar esa ingenuidad de la consciencia que piensa que algo humano puede no tener sombra, o que vamos a pasar por la vida sin que nos engañen, nos duela o nos mortifique un otro; que vamos a pasar por la vida sin mortificar a otros, sin que nuestra humanidad sea causa de dolor para alguien. Sabiendo esto quizás sea más fácil perdonar verdaderamente, es decir, comprender, y el rencor y la venganza tengan un reino más pequeño en este mundo de guerras preventivas y punitivas y conflictos de baja intensidad en la calle, en la casa, en la pareja, en el alma.

Lisímaco Henao Henao.
13-09-19