Psicología Junguiana - Enrique Esquenazi

2 videos • 63 views • by Psiké Azad Curso sobre Psicología-Psicoanálisis Junguiana por Enrique Esquenazi Sólo un necio está interesado en la culpa de los demás, puesto que no puede cambiarla. El sabio aprende sólo de su propia culpa. Se preguntará a sí mismo: ¿quién soy puesto que todo esto me está ocurriendo? Para encontrar la respuesta a esta pregunta destinal, mirará en su propio corazón. El paciente no tiene que aprender cómo liberarse de su neurosis, sino como soportarla. Su enfermedad no es una carga gratuita y, por consiguiente, sin significado; es su propio sí-mismo, el "otro" que por pereza o temor infantil, o por otros motivos, siempre ha intentado excluir de su vida. De este modo, como acertadamente dice Freud, transformamos al ego en un "asentamiento de ansiedad", lo que nunca hubiera sido si no nos defendiéramos contra ello tan neuróticamente El secreto es que sólo lo que puede destruirse a sí mismo está verdaderamente vivo. Hay tan poco mérito en ser bueno como poco vicio o pecado en ser malo: en esto nosotros no hacemos sino representar los papeles que nos han dado. Quizás consiga que se comprenda mejor mi pensamiento diciéndoles que uno no se encuentra completamente a gusto hasta que no se encuentra a sí mismo, hasta que no tropieza consigo mismo; si no se ha encontrado con dificultades interiores, uno se queda en la propia superficie; cuando un ser entra en colisión consigo mismo, siente inmediatamente una sensación saludable que le procura bienestar. La naturaleza humana no consiste sólo y enteramente en luz, sino también en abundante sombra, de modo que el conocimiento que se alcanza en la práctica del análisis resulta a menudo algo penoso, tanto más cuanto más se estaba antes persuadido de los contrario (según ocurre por regla general) . Así como unos se tornan demasiado exuberantes a causa de su optimismo, así los otros, por su pesimismo, se vuelven demasiado temerosos y pusilánimes. En esta formas se plasma de algún modo el gran conflicto, cuando se lo reduce a una escala menor. Pero también en estas proporciones reducidas se reconoce sin dificultad el hecho esencial; la arrogancia de los unos y la pusilanimidad de los otros tiene algo en común: la inseguridad acerca de sus límites. En su estado de identificación con la psique colectiva el sujeto, en efecto, intentará sin falta imponer a los demás las exigencias de su inconsciente. Pues la identificación con la psique colectiva confiere un sentimiento de valor general y casi universal (lo que antes hemos llamado “semejanza divina”) que lleva a no ver la psique personal deferente de los prójimos, a hacer abstracción y a pasar de largo. El sentimiento de detentar un valor, una verdad universal, emana espontáneamente de la universalidad de la psique colectiva; una actitud, una óptica colectivas, presuponen naturalmente en lo otro y en los demás la misma psique colectiva. Esto implica por parte del sujeto un rechazo categórico, una verdadera imposibilidad de apercibir las diferencias individuales y también las diferencias de orden general que puedan existen en el seno mismo de la psique colectiva... La imposibilidad o el rechazo a ver lo individual, de lo que no percibe más la existencia, equivale simplemente a extinguir al individuo, lo que destruye los elementos de diferenciación en el seno de un grupo. Pues el individuo es, por excelencia, el factor de diferenciación. Las virtudes más grandes, las creaciones más sublimes, así como los peores defectos y las peores atrocidades son individuales. Sólo la presencia viva de las imágenes eternas es capaz de conferir al alma la dignidad que le hace verosímil y moralmente posible al hombre perseverar en su alma y estar convencido de que vale la pena permanecer junto a ella. Sólo entonces se le hará evidente que el conflicto le pertenece, que la escisión es su doloroso patrimonio, del que no se libra atacando a otros, y que si el destino le hace cargar con una culpa, es una culpa respecto a sí mismo. Para curar el conflicto proyectado, hay que devolverlo al alma del individuo, donde comenzó de manera inconsciente. Quien quiera dominar este ocaso debe celebrar una eucaristía consigo mismo y comer su propia carne y beber su propia sangre, es decir, tiene que conocer y aceptar en sí al otro. Carl Gustav Jung